La virgen de Guadalupe

La virgen de Guadalupe

Dice don José María González en su “Monognifia de la Provincia de Pacasmayo” que, encontrándose el capitán don Francisco Pérez Lezcano en peligro de muerte en la ciudad de Trujillo, se encomendó a la Virgen e hizo la promesa de traer una imagen de España para la venera­ción del pueblo si lo sanaba.

La petición del militar fue oída, por lo que después de ser sanado viajó a España para traer la imagen prometida. A su retorno desembarcó en el puerto de Chérrepe. La virgen fue colocada en la capilla familiar de la encomienda. Al día siguiente, mientras alistaban la peara de mulas para dirigirse a Trujillo, el animal en el que se había colocado la virgen des­apareció misteriosamente y toda búsqueda resultó en vano. El piadoso militar comprendió que el deseo de la virgen era quedarse en la enco­mienda, por lo que cedió su custodia a los padres agustinos, a quienes, además, les donó un terreno para la edificación de su templo.

Los padres agustinos trasladaron la imagen a las faldas de un cerro situado en las inmediaciones del actual pueblo de Guadalupe, conocido desde ese entonces como el “Cerro de la Virgen”. A uno de los religiosos le vino el propósito de construir una capilla de cañas, y en ella, un altar dedicado al Padre San José. La construcción se complementaba con un pozo de agua, un naranjo y un romero, y hasta allí se retiró a vivir el fraile. Al vulgo fanático se le hacía creer, en ocasiones, que la virgen huía del convento hacia esa casa, y que para hacerla volver tenía que colmársela de rogativas y ofrendas. La casa domina todo el valle y aún se conserva en regular estado.

Fuente: Anónimo